La infidelidad es uno de los problemas más graves y complejos y que mayor sufrimiento puede generar en una relación de pareja. Sin embargo, es un tema sobre el que se suele trivializar y sobre el que existe mucha incoherencia: exijo fidelidad pero no la doy.
En este breve artículo voy a hacer una reflexión sobre algunas “sorpresas” que se pueden experimentar tras una infidelidad desde la perspectiva de quien la sufre.
Por supuesto, la gran y primera sorpresa es el descubrimiento de la propia infidelidad y el tsunami de emociones que suele conllevar: deseos de venganza, reproches, culpabilización, victimización, decepción, frustración, dolor, sufrimiento, desconfianza, etc…
Sin embargo, si en el momento adecuado somos capaces de ampliar el foco de atención hacia nosotros mismos, podemos encontramos otras sorpresas muy relevantes.
Por ejemplo, nuestra propia reacción. Podemos descubrirnos contemplando la posibilidad de perdonar lo que considerábamos imperdonable o reconociendo honestamente nuestra propia vulnerabilidad a la infidelidad (“me podía haber ocurrido a mí”).
Y lo que pueda ser más doloroso aún, podemos sorprendernos descubriendo y reconociendo a posteriori nuestra propia corresponsabilidad, por acción u omisión, en el comportamiento infiel de nuestra pareja (p.ej. por déficit emocional o sexual grave y prolongado en el tiempo sin haberlo atendido adecuadamente).
Estas “sorpresas” y otras similares, duras de vivenciar y de asumir, denotan un gran nivel de madurez y representan un pronóstico muy positivo para aquellas parejas que quieren superar una infidelidad.