Dos jóvenes se enamoraron. Ambos encontraron en el otro lo que buscaban. Decidieron formar una pareja y pronto empezaron a descubrir diferencias entre ellos que se convirtieron en fuente de disputas. Éstas fueron cada vez más frecuentes, hasta que descubrieron que el cuento “fueron felices y comieron perdices”, se había convertido en la cruda realidad “somos infelices y no tengo ni hambre”.
Uno de ellos, finalmente se rindió, nada podía hacer, nada podía cambiar e internamente decidió dejar de discutir, tener su propio mundo distinto al mundo de aquel de quien se enamoró. Y pasaron los años, años de convivencia, donde parecía que este amor efectivamente sería para toda la vida y, sin embargo, se marchitaba.
Hasta que un buen día uno le dijo al otro – “quiero separarme”. Su amor hace tiempo que se había marchitado. El otro se sorprendió, se enfadó, recapacitó, comprendió que tenía un problema. Pero llegados a ese momento, para éste el único problema era cómo separarse.
¡Cuántas historias de amor marchitas!
¡Cuántas historias de amor marchitándose!
Si este último es tu caso, todavía estás a tiempo. Haz algo distinto, cuanto antes mejor y contempla la posibilidad de buscar ayuda.