«Hace años, conversando con una persona, me preguntó que cuál era el sentido de la vida para mí. Sinceramente, me quedé completamen¬te sorprendido. No me esperaba esa pregunta. Me imagino que tan sorprendido como tú, cuando te pregunte yo ahora: ¿Cuál es el sentido de la vida para ti? Tómate tu tiempo antes de seguir leyendo y encuentra una respuesta…
Cualquiera que haya sido tu respuesta o reacción, recuérdala, puede ser un faro que te oriente en tu vida. Así lo ha fue para mí. Como te decía, no me esperaba esa pregunta, ni tampoco tenía una respuesta preparada. Sin embargo y ante mi mayor sorpresa, la respondí con seguridad y rapidez: “Aprender, venimos a aprender”. Curiosamente, si ahora me volvieran a preguntar lo mismo respondería: “Amar, venimos a amar. ¿Tal vez aprender a amar?”.
A lo largo de estos años he aprendido mucho. Por ejemplo, que cuanto más sé, más consciente soy de mi ignorancia, que las personas que más saben menos hablan y más pasan inadvertidas, o que las grandes verdades se esconden detrás de las paradojas donde el pensamiento lógico chirría (“encontramos la felicidad cuando dejamos de buscarla”, “el sufrimiento cede cuando lo aceptamos”, “comenzamos a vivir cuando integramos la muerte”, “recibimos cuando damos”, etc…)
Cuando viví y sufrí la ruptura de mi primera relación, entre otras muchas cosas, aprendí cuál es la relación más importante de la vida. ¿Sabes cuál es? No es la que mantienes con tu pareja senti¬mental, el amor de tu vida, se haya roto o la sigas manteniendo, no es la que mantienes con amigos, incluso al que llamas tu mejor amigo, no es la que mantienes con familiares, ya sean tus propios padres, hermanos o hijos. La relación más importante de la vida, de tu vida, es la que mantienes contigo mismo. Ésta sustenta a todas las demás y, sin embargo, es la que casi todos nos hemos saltado o a la que menos atención hemos prestado. Paradójico, ¿verdad?
Esta relación está marcada por un continuo diálogo interior, por la manera de tratarnos o por la opinión que tenemos de nosotras mismos. Podemos, o no, hablarnos de forma respetuosa, cuidar o aceptar nuestro cuerpo, ser exigentes o críticos, confiar en nosotros, sentirnos merecedores de todo lo bueno que tiene la vida, etc… Si somos conscientes de ello, podemos elegir y cultivar qué tipo de relación queremos mantener con nosotros mismos, sabiendo que el resto de relaciones estarán profundamente condicionadas por esta elección.
En lo concerniente a la relación de pareja, a través de mi propia experiencia, he aprendido que cualquier persona que quiera comunicarse adecuadamente con su pareja primero tiene que aprender a comunicarse adecuadamente consigo misma, que quién pretenda aceptar, comprender, confiar o respetar a su pareja primero tiene que hacerlo consigo misma o que quién pretenda ser feliz con su pareja primero tiene que serlo ella misma, etc… La lista sería interminable y seguro que a ti se te ocurre más de una sugerencia para completarla.
Todas ellas siguen el mismo patrón y se pueden resumir en una sola. Una idea que tú sabes también como yo, aunque tal vez me toque recordártela: “Para amar a tu pareja, primero tienes que amarte a ti mismo”. La lista sobre formas de amarse a uno mismo también sería interminable, como infinito es el amor (cuidándonos física, emocional y espiritualmente, aprendiendo a elogiarnos y dejando de criticarnos, aceptándonos como somos, diciendo “si” sin miedo y “no” sin culpa, siendo honestos con nosotros mismos, respetando y siendo coherentes con nuestros valores personales, etc…). Tienes el resto de tu vida para aprender y practicar»